Como cada semana comenzamos nuestro taller de lectura con un poco de poesía:
Fue el acto
que acabó dando nombre al más impresionante grupo de poetas que ha dado España.
Pero en esa
fotografía no estaban todos. Entre otros, faltaba un muchacho malagueño,
enfermizo, tímido y retraído, según cuentan: Emilio Prados. Sin él, el 27
hubiese sido otra cosa, porque probablemente
Litoral no se hubiera convertido
en una de las revistas catalizadoras del grupo. Verdaderamente, es una tremenda
injusticia que Emilio no estuviese en Sevilla, que no saliese en la foto, como
tampoco apareció en ella el otro baluarte de la revista, Manuel Altolaguirre. Y
sería un buen desagravio que un diseñador avezado añadiese, aunque fuese en una
esquinita del encuadre, los rostros de los dos poetas que tanto se desvelaron
por el grupo y por sus obras. Pero, a falta de un montaje de Photoshop, es
loable recordarlo.
En la década
de los 30, el verso de Prados cambia y se tiñe de sonidos negros. El contacto
con el Surrealismo, la situación política, la amistad con unos Alberti y
Aleixandre volcados hacia la poesía impura, toda su realidad acaba llevándole
cerca del abismo:
Después vendrá la Guerra Civil, el fracaso de las esperanzas y el exilio. Poco después de llegar a Veracruz, Emilio Prados compone uno de los más impresionantes poemas sobre los paraísos perdidos: “Primavera”.
Prados acaba
adaptándose al que será su nuevo país, México, y con esa adaptación crece como
poeta. Sin embargo, pese a que su verso se hace más íntimo, cerrado y hasta
cierto punto hermético, de vez en cuando el olor de lo perdido se le aparece en
forma de palabra o de almoraduj:
POEMA: "PRIMAVERA"
Cuando era
primavera en España:
frente al
mar, los espejos
rompían sus
barandillas
y el jazmín
agrandaba
su diminuta
estrella,
hasta cumplir
el límite
de su aroma
en la noche.
Cuando era
primavera.
Cuando era
primavera en España:
junto a la
orilla de los ríos,
las grandes
mariposas de la luna
fecundaban
los cuerpos desnudos
de las
muchachas
y los nardos
crecían silencios
dentro del
corazón
hasta
taparnos la garganta.
Cuando era
primavera.
Cuando era
primavera en España:
todas las
playas convergían en un anillo
y el mar
sonaba entonces,
como el ojo
de un pez sobre la arena,
frente a un
cielo más limpio
que la paz de
una nave, sin viento, en su pupila.
Cuando era
primavera.
Cuando era
primavera en España:
los olivos
temblaban
adormecidos
bajo la sangre azul del día,
mientras que
el sol rodaba
desde la piel
tan limpia de los toros,
al terrón en
barbecho
recién movido
por la lengua caliente de la azada
Cuando era
primavera.
Cuando era
primavera en España:
los cerezos
en flor
se clavaban
de un golpe contra el sueño
y los labios
crecían
como la
espuma en celo de una aurora,
hasta dejarse
nuestro cuerpo a su espalda,
igual que el
agua humilde
de un arroyo
que empieza.
Cuando era
primavera.
Cuando era
primavera en España:
todos los
hombres olvidaban su muerte
y se tendían
confiados, juntos, sobre la tierra
hasta
olvidarse el tiempo
y el corazón
tan débil por el que ardían.
Cuando era
primavera.
Cuando era
primavera en España:
yo buscaba en
el cielo.
yo buscaba
las huellas
tan antiguas
de mis
primeras lágrimas
y todas las
estrellas levantaban mi cuerpo
siempre
tendido en una misma arena,
al igual que
el perfume, tan lento,
nocturno, de
las magnolias.
Cuando era
primavera.
Pero, ¡ay!,
tan sólo
cuando era
primavera en España.
Solamente en
España,
antes, cuando
era primavera.
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