Hoy nuestro recorrido literario por Cuenca nos lleva al a la Calle de la Ronda, de la mano de la Guía Histórico Legendaria de Benito Castejón
LA CALLE DE
LA RONDA.
Daba toda la
vuelta a la parte alta de la ciudad; aquí no había tres recintos de murallas,
como en el Almodóvar, que se apelotonaba alrededor del alcázar. La calle
"Alta" o de San Pedro era el eje de todo el barrio del castillo, y
las "riscas" (rocas cortadas a pico y de gran altura) lo hacían
inexpugnable; no obstante, un "Camino de la Ronda" daba la vuelta a
la ciudad, coronando las "riscas", y servía de privilegiado
observatorio para vigilar los movimientos del enemigo atacante.
Descendiendo
de la plaza del Trabuco, tomamos el primer callejón a la izquierda, y llegamos
a la calle de la Ronda o de Julián Romero (conocido en la historia militar de
los Tercios de Flandes por Julián Romero "el de las hazañas").
Calle de la Ronda o de Julian Romero |
JULIÁN
ROMERO "el de las hazañas" ha pasado a la leyenda por arte y gracia
de un par de obras dramáticas, que lo tienen por personaje principal, y por los
romances que sobre él se escribieron y publicaron no mucho más allá de su
muerte. Con todo, hay documentos y cartas suyas, de sus jefes y subalternos de
milicia, en suficiente cantidad como para reconocer en este típico soldado de
los Tercios de Flandes su valentía y arrojo, su lealtad y arrogancia, el
respeto de sus subalternos, la estima de sus superiores y el temor que le
tenían sus adversarios.
Nació en la
provincia de Cuenca, en Torrejoncillo del Rey, el año 1518, de padre hidalgo
vasco de la casa de Ibarrola y de madre conquense, de quien adoptó el apellido
Romero, con el que se le conoce.
Empezó su carrera militar como mochilero y ayudante de tambor, cuando sólo tenía dieciséis años. Combatió con los Tercios en Nápoles, Sicilia, Malta, Túnez y La Goleta. Estas campañas le dieron experiencia, fama y honores. Llegó a conocer el Norte de Francia con tal detalle, que se cuenta que fue él quien escogió el lugar de San Quintín para presentar batalla a los franceses y derrotarles fulminantemente.
Amberes,
Bruselas, Malinas, Mons, Harlem, Mildelburgo..., son ciudades de los Países
Bajos que, en plena revolución de los flamencos, habrán de ser, de modo
especial, escenario de sus hazañas.
Cuando todavía es un oscuro soldado, sale al paso de un reto que un tal Antonio Mora, desertor de las filas de su rey, Carlos V, hace a las tropas españolas que combaten a las órdenes del monarca inglés, aliado de España en aquel entonces... El campo, las armas y el público francés, congregado para presentar la justa, no son propicios a Julián. Ello se pone de relieve cuando, a los primeros golpes, se encuentra ya desmontado y sin más armas que una daga, protegido tras el cadáver de su caballo. Su resistencia a la fatiga, su pundonor y su valentía llegaron a impacientar a Mora que, desde su montura, le gritaba: "Julián, ríndete, que no te quiero matar..." Tres horas llevaba en esta penosa situación, y el ocaso del sol ponía en peligro su honor si no vencía. Se deshizo de las espuelas para estar más expedito y, en una entrada del enemigo, atacó a su caballo, al que logró herir con grave daño. Mora intentó alejarse para desmontar sin riesgos, pero Julián atacó con decisión y lo derribó. Le arrebató la espada, ya que la suya la había perdido al principio del combate, le levantó el yelmo y le amenazó de muerte, con lo que Mora se rindió.
Los
franceses, recordando la valentía de Julián y el deshonor de quien no supo
vencer con tantas ventajas, pusieron de moda el decirse, en castellano,
"que no te quiero, Juliano", cuando alguien rehuía enfrentarse con
una situación difícil.
Al mando del
Tercio de Sicilia luchó en Flandes, siendo gobernadores el duque de Alba y
después el duque de Medina. Tenía el título de maese de campo y formaba parte
del Consejo de Guerra. Adiestró a sus hombres en el asalto de las fortalezas, a
luchar en los ríos con agua hasta la rodilla o patinando sobre la espesa capa
de hielo durante los rigurosos inviernos de Flandes. Pero fue famoso y temido,
sobre todo por sus "encamisadas" y escaramuzas.
En cierta
ocasión, contando con sólo cincuenta arcabuceros, se atrevió a atacar a una
columna de cuatro mil infantes y quinientos caballos. Espantó a los jinetes y
deshizo y persiguió a la infantería, causándoles mil cuatrocientos muertos. Uno
de sus capitanes, que refiere el hecho, escribe: "... hizo este día lo que
siempre".
En los
ataques nocturnos mandaba a sus soldados ponerse la camisa sobre la coraza
("encamisar") para distinguirse mutuamente en la oscuridad. Así, con
seiscientos hombres, entró en un campamento próximo a Mons, en el que se
encontraba de inspección el propio Guillermo de Orange, y fue tan repentino el
ataque, que estuvo a punto de hacerlo prisionero. Los ladridos de su perrito le
despertaron a tiempo, y, al galope, huyó en traje de dormir.
Felipe II
apreció grandemente sus servicios y le hizo caballero de la Orden de Santiago,
quedando inmortalizada la investidura en un lienzo del greco.
Su cuerpo
mutilado es testigo de su incondicional entrega al servicio de las armas. Una
pierna le queda inútil en la acción de San Quintín. En el año 1572 habría de
perder, primero en Mons, el uso de un brazo, y el 19 de diciembre, en el
durísimo asalto de Harlem, un ojo, a resultas de un arcabuzazo en el rostro que
le puso en grave riesgo de perder la vida. Así la muerte no alcanzó a un cuerpo
completo, pero sí a un hombre entero, que se sentía ligero y animoso como
nunca, porque había recibido la orden de ponerse al frente de los Tercios de
Italia y conducirlos de nuevo a luchar en Flandes, bajo el mando de don Juan de
Austria.
Aquella noche
acamparon a unas pocas millas de Alejandría de la Palla, en la provincia
italiana de Lombardía. A la mañana siguiente se organiza la marcha; Julián
monta a caballo, y así, mientras cabalga al frente de sus aguerridos soldados,
le alcanza la muerte de un ataque al corazón. Era el 13 de octubre de 1577 y
Julián tenía cincuenta y nueve años.
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