lunes, 23 de noviembre de 2020

Platón: ética y política.

Aunque para Platón, como vimos en el tema anterior, lo importante es el conocimiento de las ideas, se da cuenta de que no es tan fácil dedicar toda la vida a la sabiduría y al conocimiento de las ideas, porque tenemos otras partes en el alma que tienen otras tendencias. Platón, al reflexionar sobre el hecho de que muchas veces estamos divididos por dentro, de que nos apetece una cosa, pero nuestra razón dice que deberíamos hacer la contraria, piensa que tenemos tres partes del alma: 

  1.  el alma intelectual, nuestra parte pensante; 
  2. el alma apetitiva, nuestra parte de pasiones, deseos y apetitos, 
  3. el alma de los sentimientos nobles, nuestra parte de fuerza de voluntad, coraje, amor...

En correspondencia, ser buena persona y alcanzar la felicidad supone destacar, es decir “ser virtuoso”, en lo mejor de cada alma. Así la virtud más importante y que en mayor medida contribuye a la felicidad es la sabiduría, que es la virtud para el alma intelectual; en segundo lugar, es importante ser “ser virtuoso” en la fortaleza de ánimo; en tercer lugar, también es necesario ser una persona moderada en sus pasiones y apetitos. Además, en cuarto lugar, hay que ser una persona equilibrada y armónica entre las tres partes, “justa” lo llamaba Platón, pero se trata de una armonía dirigida por la sabiduría. Así tenemos las cuatro principales virtudes para Platón, en las que consiste la vida humana y la felicidad: sabiduría, fortaleza, templanza y justicia.

Imagen recogida de aquí
Igual que el ser humano tiene tres partes, lo mismo sucede con la sociedad: hay un paralelismo estructural entre el hombre y el cuerpo social. También hay tres partes. Hay un tipo de personas que destacan por su sabiduría, otro por su fortaleza y otro por sus apetitos. Los educadores pueden reconocer el tipo de persona que se es desde que uno es pequeño. Y lo que tienen que hacer es separarlo para que unos vayan a ser productores, pues les gusta la riqueza; otros vayan a ser guardianes de la ciudad pues les gusta el ejercicio de la fuerza; y otros van a ser filósofos porque les gusta conocer y pensar.

Un estado estará bien gobernado si los que mandan no son los fuertes (los militares) o los que buscan los placeres y el dinero (los ricos), sino los sabios, los filósofos. Cada grupo social tiene su función y su virtud. Los filósofos deben ser sabios y deben gobernar. Los fuertes deben ser los guardianes de la ciudad y su ejército; los que se guían principalmente por sus apetitos deben ser comerciantes, labradores, artesanos...; deben dedicarse a producir riqueza y vivir de ella. Parte de esta riqueza tiene que ser utilizada para el mantenimiento de los filósofos y los guardianes, pues Platón, como pensaba que la riqueza era la causa de toda la corrupción política, había afirmado que ni filósofos ni guardianes podrían tener propiedad de nada; así no tendrían tentaciones de robar nada del Estado.

Aquí también las principales virtudes de la política son las mismas que para el caso del alma de un individuo: la sabiduría en los gobernantes; la fortaleza en los guardianes, la templanza en el resto de la sociedad y, por último, la armonía entre las tres clases, que Platón llamaba “justicia”, es decir, que cada uno desempeñe bien su propio trabajo y coopere con las otras clases por el bien de la ciudad. Una ciudad será justa si cada grupo social se dedica a cumplir su misión practicando su propia virtud: los gobernantes, la sabiduría; los militares y la policía, la fortaleza; los productores, la templanza; además tienen que haber una armonía y un equilibrio entre las tres partes: eso es la justicia.

La principal tarea del estado sería una educación que separase a los hombres según el alma que predomina en ellos y que los educase a cada uno para ajustarse a su función. Así la vida política y social sería justa y no volverían a suceder cosas tan lamentables como la muerte de Sócrates.

Francisco Javier Espinosa

Coordinador del taller.

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