miércoles, 9 de octubre de 2013

Callejeando por Cuenca. Leyenda de la Sirena y la zona





¿Quieres conocer la leyenda de Catalina la Sirena y dar un paseo literario por la zona de las casas colgadas?




LEYENDA DE CATALINA LA SIRENA (De Leyendas Conquenses de María Luisa Vallejo).
La época histórica en que se localiza esta leyenda es la de las luchas fraticidas entre don Pedro el Cruel, hijo legítimo de Alfonso XI, y su hermano bastardo don Enrique de Trastamara.
La casa de la Sirena
Don Gil de Albornoz, insigne conquense de aquella época, reprocha a don Pedro su mala conducta y se ve obligado a huir a Roma. Cuenca, igual que Toledo y otras ciudades, reprochan también a don Pedro sus escandalosos amores con doña María de Padilla, y piden que la abandone para volver con su esposa, la virtuosa doña Blanca, y todo esto explica, quizá, que en la lucha entre los dos hermanos, Cuenca se inclinase por el partido del bastardo don Enrique. Y es en el siglo XIX  cuando resucita esta leyenda que transcurre en el siglo XIV.
Don Enrique, príncipe todavía, anuncia su venida a Cuenca. La ciudad se engalana para recibirle, se comenta su bravura, se hacen elogios de su apostura y arrogancia. A su llegada queda prendado de una de las mujeres que contemplan el paso del cortejo, una moza de condición humilde llamada Catalina, cuyos padres la esconden al conocer la intención del príncipe. Pero éste consigue verla por segunda vez, y tanto se apasiona por ella, que al no querer entregársela voluntariamente, la rapta y ordena que sea conducida a su mismo alojamiento en dependencias del palacio episcopal.
Tomadas todas las precauciones para que nadie se enterase, Catalina compartió las habitaciones de don Enrique. Pero éste tuvo que partir de Cuenca, y encargó a las mujeres de palacio que cuidaran en el mayor secreto de Catalina y del niño que esperaba.
Vencido don Pedro el Cruel, don Enrique llegó a ser rey. Nadie supo de sus amores con Catalina, de los que al parecer nació un niño que se llamó don Gonzalo Enríquez.
Al nuevo rey le intranquiliza la situación; consulta a una hechicera sobre su futuro, y ésta le vaticina que sufrirá en sí mismo lo que le hizo a su hermano. Un mago judío le pronostica que el mayor peligro que acecha a su hijo mayor y heredero, es el hijo natural, que le disputará el trono.
Movido por este vaticinio, envía una tropilla a Cuenca para apoderarse de aquel niño, que vivía con doña Catalina, su madre, en las Casas Colgadas, en lo que hoy se llama Casa de la Sirena.
De nada valieron las súplicas de Catalina para que no se llevaran al niño, al menos, le permitieran que ella lo acompañara. Sujetada fuertemente por los hombres de armas, vio con horror cómo le quitaban el niño, y presintió el trágico fin de su hijo.
Como consecuencia, la infeliz Catalina enloqueció, y continuamente pedía a gritos que no mataran a su hijo. Sus tristísimos lamentos al debilitarse, recordaban el canto de una sirena, de donde toma nombre la leyenda.
Por fin, en su locura, creyó doña Catalina escuchar que su hijo Gonzalo la llamaba desde el otro lado de la hoz del Huécar, y una noche se levantó resuelta, corrió hacia los balcones, y desde ellos se lanzó al abismo de la hoz, en medio de un grito desgarrador que el eco hizo resonar entre las rocas. Sobre ellas se estrelló el cuerpo de Catalina, aquella madre desdichada, cuyos lamentos se oyeron durante mucho tiempo y —dice la leyenda— se oyen todavía, dando lugar al nombre de la misma: "La Casa de la Sirena".


LAS CASAS COLGADAS.
Parece que fueron inicialmente la residencia de verano del Arráez que
Casas colgadas
regía la ciudad en la época musulmana, posteriormente, durante los años que estuvo la Corte de Castilla en Cuenca, fueron el palacio de verano de Alfonso VIII. Los príncipes de Castilla venían a pasar temporadas en ellas. En el siglo  XVI eran propiedad de don Gonzalo González de Cañamares; su escudo de armas está en una de las salas de lo que ahora es Museo de Arte Abstracto.
Estas Casas Colgadas son las únicas que restan de todas las "casas voladas", que coronaban las "riscas" hasta la "Peña Corba", encima del puente de San Martín, sobre el río Huécar.
La más al norte junto al postiguillo de San Pablo la compró el ayuntamiento en 1905. Aunque hubo inicialmente voluntad de conservarla, se optó por su derribo en 1928 y encargar nueva construcción al arquitecto Fernando Alcántara, constituyéndose desde entonces en el emblema de la ciudad. 
Las otras dos casas se restauraron a comienzos de la década de los sesenta, y son las que verdaderamente acogen El Museo de Arte Abstracto.

Desde el PUENTE DE SAN PABLO, la Hoz del Huécar presenta una vista imponente: las rocas, rojizas y grises, contrastan agradablemente con el verde oscuro de la hiedra; el mosaico de los "hocinos" (huertas en la hoz) da una nota de orden y equilibrio en el cataclismo de rocas que nos rodea.
Es de notar, que los hortelanos de la Hoz del Huécar están muy vinculados familiarmente a la tierra que cultivan, transmitiéndose el cultivo de los "hocinos" de padres a hijos desde hace cuatro o cinco siglos.
En tiempo de los moros, aquí estaba la "ARRUZAFA", "hocinos"
El, ahora, Archivo Histórico Provincial
escalonados que, semejantes a los pensiles o jardines colgantes de Babilonia, eran sitio de ameno recreo de los moros principales, donde tenían sus residencias de verano.
La ciudad apiña sus construcciones encima del promontorio rocoso. El imponente castillo que cerraba el acceso a la ciudad por el camino de Buenache fue volado por las tropas napoleónicas antes de retirarse de Cuenca. Ahora es el Archivo HistóricoProvincial.
El Convento de Carmelitas Descalzas nos trae a la memoria los románticos amores de doña Sancha y don Fernandico (D-14).
La iglesia de San Pedro, famosa en las luchas habidas entre los Hurtado de Mendoza y el obispo don Lope Barrientos en 1448 (D-9).
La formación geológica de estas rocas tan caprichosas pertenece al Cretácico Superior de la Era Secundaria, y se compone de dos clases de rocas: el tramo superior, más saliente, está compuesto de calizas magnesíferas (carbonato magnésico o dolomita), de tonos grises, y el inferior es de caliza ordinaria (carbonato calcico). El modelador de estas rocas tan extrañas ha sido el agua de la lluvia que, al mezclarse con el anhídrido carbónico del aire, ataca al carbonato calcico, fácilmente soluble. El viento y las variaciones de temperatura del día a la noche, han contribuido también a la disgregación y resquebrajamiento de las rocas.

PUENTE Y CONVENTO DE SAN PABLO.
El canónigo don Juan del Pozo, de familia muy rica, empleaba sus caudales en remediar a los necesitados y en restaurar las iglesias; don Juan tenía a su servicio un criado negro, ex cautivo de los moros, y al que éstos habían cortado la lengua.
Puente San Pablo
Cierta noche, unos ladrones  penetran en la casa y roban las talegas de dinero guardadas en un arcón. El criado los oye, pero no puede pedir auxilio. Los ladrones escapan de la ciudad por el Portillo de Santa María (que atraviesa las Casas Colgadas) y esconden el fruto del robo entre los enormes peñascos de Mirabueno. El criado negro les ha seguido a distancia, e indica a don Juan del Pozo el lugar del escondrijo.
El piadoso canónigo entiende que la Providencia le pide haga un monasterio en ese promontorio de roca de la Hoz del Huécar. Se empieza la construcción del convento y del puente de cinco arcadas, en 1523. Los Dominicos ponen por titular del convento a San Pablo, y desde allí irradiarán su labor catequizadora hasta su exclaustración en el siglo XIX.
Su fábrica la iniciaron Juan y Pedro de Alviz. La iglesia se corresponde con un prototipo del último gótico, difundido en la época de los Reyes Católicos. El claustro y otras dependencias de la época acogen actualmente el parador nacional de turismo. La portada barroca (hacia 1757) es obra de José Martín.
El puente de San Pablo perdió una de sus arcadas en 1895, y el obispo don Wenceslao Sangüesa y Guía mandó construir una pasarela de hierro a principios de siglo.
Desde el antiguo "Juego de Bolos", indicar el emplazamiento del
Juego de Bolos conquenses
destruido Barrio de San Martín y los atrevidísimos desplomes de los "rascacielos".
El barrio de San  Martín empezaba desde debajo del Ayuntamiento y se extendía hasta el río Huécar. La estructura del terreno obligaba a una arquitectura atrevida e irregular apoyatando las casas, que ofrecían un conjunto muy original.
El puente de San Martín sobre el río Huécar aún se conserva (a él llevaba el Portillo de San Martín); sin embargo, de la iglesia de San Martín no quedan más que el ábside y un ventanal muy bello. Los restos de la iglesia de Santa Cruz son más importantes y están junto a los "rascacielos".
En este barrio vivió el "Licenciado Torralba", celebrado por Campoamor en su Drama Universal (A-20).
Al empezar la calle de los Canónigos, a la derecha, hay una casa con salientes irregulares hacia afuera en forma de abanico, que dan idea de la originalidad de los constructores de antaño.
9. Mientras se vuelve a la plaza Mayor, contar anécdotas de Santiago Pradas, famoso e inspirado organista de la Catedral, excéntrico, de gran memoria musical. Oyó cómo ensayaba una marcha la banda del ejército francés de ocupación en 1810; lo hacía con gran secreto para dar una sorpresa a los conquenses. Al pasar la banda por delante de la Catedral, oyen cómo la repite el órgano con una magistral interpretación. El Director de la banda, se impacienta, cree que le han robado la partitura, pero al fin se convence de que no ha sido así.
Para componer su magnífico "MISERERE" dio una soberana paliza a su mujer; los gritos desgarradores de ésta le proporcionaron la inspiración para plasmar en música el dolor-de haber ofendido a Dios.
Cuando Fernando VII vino a Uclés, se le llamó para tocar ante el rey. Santiago Pradas no quiso; se le llevó engañado, y cuando se percató del engaño, se escapó ocultamente montado en un burro.
Desde la plaza Mayor, y junto al Ayuntamiento, antes podían verse las casas de la calle el Clavel y del Colmillo, en desafío a la ley de la plomada.
(NOTA: se ha respetado al máximo el texto original; las únicas variaciones responden a su adecuación al hecho actual. Para ello se ha tenido en cuenta diversas obras de Pedro Miguel Ibáñez, como “Por tierras de Cuenca” y “La iglesia de la Virgen de la luz y San Antón y el barroco conquense”) 

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