miércoles, 11 de diciembre de 2013

Callejeando por Cuenca. Itinerario E, segunda parte



Hoy nuestro recorrido literario por Cuenca nos lleva al a La zona alta de la ciudad, de la mano de la Guía Histórico Legendaria de Benito Castejón







EL CASTILLO estaba separado de la ciudad por un foso, que se franqueaba mediante un estrecho puente levadizo, frente a lo que actualmente es el convento de las Carmelitas Descalzas.
Ruinas del Castillo en Cuenca
Al ser invadida la España visigoda por los musulmanes, los señores árabes se instalan en las fértiles tierras del valle del Guadalquivir, dejando las mesetas y las montañas a los bereberes, aliados de "segundo orden". Esta discriminación provoca las primeras rebeliones (año 740) en las llanuras manchegas y en las sierras de Cuenca contra el Walí de Córdoba.
El espigón rocoso de la confluencia de los ríos Júcar y Huécar es aprovechado para convertirlo en reducto fortificado, que permite resistir las expediciones de castigo de primavera ("aceifas") enviadas desde Córdoba.
Cuenca se convertirá en plaza fuerte, con triple recinto amurallado, y fortificará su ya inexpugnable castillo en tiempos del Calib Ibn Hafsum (o Aben Hafsum), que resiste al poder centralista de los Omeyas cordobeses, como lo había hecho Viriato contra Roma;
Al subir al poder Abderramán III, logró la sumisión de todos los rebeldes, y en 932 su autoridad era indiscutida en toda la España musulmana.
La fragosa aspereza y la situación inexpugnable del castillo de Cuenca, sirven de asilo en 1080 a Al-Qadir (o Tahie), último rey de Toledo, en las luchas que dividen su reino amenazado por Alfonso VI de Castilla.
El castillo es sede y palacio de Alfonso VIII durante los diez años que su corte "itinerante" permanece en nuestra ciudad.
Los Hurtado de Mendoza, marqueses de Cañete, son constituidos Guardas Mayores del castillo; esta circunstancia les permite obligar a la ciudad a servir sus intereses de "bandería" en las múltiples luchas civiles que se promueven en Castilla, cuando la "desgobiernan" reyes débiles e irresolutos.
La Inquisición de Sigüenza fue trasladada a Cuenca en el siglo XVI. Este
Palacio episcopal
Santo Tribunal se distinguió por su benignidad desde que se estableció en nuestra ciudad (¿influyó la serenidad de nuestro cielo y la pureza de nuestro ambiente serrano?). Esto explica que los reyes mandasen a Cuenca a sus amigos y protegidos que tenían que ver con la Inquisición, en la seguridad de que serían mejor tratados que en Toledo. La Santa Inquisición estuvo primero en unas dependencias del Palacio Episcopal, luego pasó a una casa de la calle de San Pedro, y finalmente estuvo en el Castillo. Varias causas instruidas por el Santo Oficio se han hecho famosas: la del licenciado Torralba (A-21), la de la llamada “beata Isabel Herráiz de Villar del águila” (E-l), y el proceso contra la endemoniada de Tinajas.
Haciendo referencia al asesinato de los jefes comuneros por doña Inés de Barrientos, se dice que, desde su ejecución, a las doce de la noche del aniversario del suceso, se escuchan en los carcomidos muros del Castillo hondos lamentos y sordas voces pidiendo venganza. Al propio tiempo, se afirma que en la misma noche aparecen en las viejas paredes pálidas manchas de sangre y como la sombra de un agudo puñal, todo lo cual desaparece rápidamente y los lamentos se extinguen.
Cuenta una leyenda que en la iglesia de Santa Cruz, entre las momias que allí se conservaban, había una que, cada veinte años, a altas horas de la noche, en el día de Difuntos, abría su arrugada boca para exclamar con voz apenas perceptible, las palabras: "Mea culpa, mea culpa...". Se afirma que la momia perteneció a un viejo hebreo ejecutado por el Tribunal de  la Inquisición, acusado de hereje y de alcahuete.
Otros suponen que también se oyen, en la misma noche de los Fieles
Hoz y vistas de la ermita de San Isidro
(esquina superior izquierda)
Difuntos, ruidos de cadenas, como arrastradas pesadamente por fantasmas, en los aposentos del Castillo, que antiguamente sirvieron también de cárcel para los enemigos de los señores que dominaban la ciudad y su comarca.
Al salir del Castillo hacia la ermita de San Isidro, dar lugar a extasiarse en la contemplación de las Hoces del Júcar y del Huécar.


( Admirar la formación rocosa denominada "Los Camellos".)

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