Hoy nuestro recorrido literario por Cuenca nos lleva al a La zona alta de la ciudad, de la mano de la Guía Histórico Legendaria de Benito Castejón
EL CASTILLO estaba separado de la ciudad por
un foso, que se franqueaba mediante un estrecho puente levadizo, frente a lo
que actualmente es el convento de las Carmelitas Descalzas.
Ruinas del Castillo en Cuenca |
Al ser
invadida la España visigoda por los musulmanes, los señores árabes se instalan
en las fértiles tierras del valle del Guadalquivir, dejando las mesetas y las
montañas a los bereberes, aliados de "segundo orden". Esta
discriminación provoca las primeras rebeliones (año 740) en las llanuras
manchegas y en las sierras de Cuenca contra el Walí de Córdoba.
El espigón
rocoso de la confluencia de los ríos Júcar y Huécar es aprovechado para
convertirlo en reducto fortificado, que permite resistir las expediciones de
castigo de primavera ("aceifas") enviadas desde Córdoba.
Cuenca se
convertirá en plaza fuerte, con triple recinto amurallado, y fortificará su ya
inexpugnable castillo en tiempos del Calib Ibn Hafsum (o Aben Hafsum), que
resiste al poder centralista de los Omeyas cordobeses, como lo había hecho
Viriato contra Roma;
Al subir al
poder Abderramán III, logró la sumisión de todos los rebeldes, y en 932 su
autoridad era indiscutida en toda la España musulmana.
La fragosa
aspereza y la situación inexpugnable del castillo de Cuenca, sirven de asilo en
1080 a Al-Qadir (o Tahie), último rey de Toledo, en las luchas que dividen su
reino amenazado por Alfonso VI de Castilla.
El castillo
es sede y palacio de Alfonso VIII durante los diez años que su corte
"itinerante" permanece en nuestra ciudad.
Los Hurtado
de Mendoza, marqueses de Cañete, son constituidos Guardas Mayores del castillo;
esta circunstancia les permite obligar a la ciudad a servir sus intereses de
"bandería" en las múltiples luchas civiles que se promueven en
Castilla, cuando la "desgobiernan" reyes débiles e irresolutos.
La
Inquisición de Sigüenza fue trasladada a Cuenca en el siglo XVI. Este
Santo
Tribunal se distinguió por su benignidad desde que se estableció en nuestra
ciudad (¿influyó la serenidad de nuestro cielo y la pureza de nuestro ambiente
serrano?). Esto explica que los reyes mandasen a Cuenca a sus amigos y protegidos
que tenían que ver con la Inquisición, en la seguridad de que serían mejor
tratados que en Toledo. La Santa Inquisición estuvo primero en unas
dependencias del Palacio Episcopal, luego pasó a una casa de la calle de San
Pedro, y finalmente estuvo en el Castillo. Varias causas instruidas por el
Santo Oficio se han hecho famosas: la del licenciado Torralba (A-21), la de la
llamada “beata Isabel Herráiz de Villar del águila” (E-l), y el proceso contra
la endemoniada de Tinajas.
Palacio episcopal |
Haciendo
referencia al asesinato de los jefes comuneros por doña Inés de Barrientos, se
dice que, desde su ejecución, a las doce de la noche del aniversario del
suceso, se escuchan en los carcomidos muros del Castillo hondos lamentos y
sordas voces pidiendo venganza. Al propio tiempo, se afirma que en la misma
noche aparecen en las viejas paredes pálidas manchas de sangre y como la sombra
de un agudo puñal, todo lo cual desaparece rápidamente y los lamentos se
extinguen.
Cuenta una
leyenda que en la iglesia de Santa Cruz, entre las momias que allí se
conservaban, había una que, cada veinte años, a altas horas de la noche, en el
día de Difuntos, abría su arrugada boca para exclamar con voz apenas
perceptible, las palabras: "Mea culpa, mea culpa...". Se afirma que
la momia perteneció a un viejo hebreo ejecutado por el Tribunal de la Inquisición, acusado de hereje y de
alcahuete.
Otros suponen
que también se oyen, en la misma noche de los Fieles
Difuntos, ruidos de
cadenas, como arrastradas pesadamente por fantasmas, en los aposentos del
Castillo, que antiguamente sirvieron también de cárcel para los enemigos de los
señores que dominaban la ciudad y su comarca.
Hoz y vistas de la ermita de San Isidro (esquina superior izquierda) |
Al salir del
Castillo hacia la ermita de San Isidro, dar lugar a extasiarse en la
contemplación de las Hoces del Júcar y del Huécar.
( Admirar la formación rocosa denominada
"Los Camellos".)
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