miércoles, 15 de octubre de 2014

Atardecer en Carretería. Literatura y Cuenca



¿Te apetece dar un paseo literario por Cuenca de la mano del escritor Raúl Torres y su obra "Vivir en Cuenca"?


En este post andaremos por la zona de Carretería y el Parque San Julián.



"Es ahí, cerca del Instituto viejo, donde aprendíamos Matemáticas con don Eduardo y Geografía con don Luis (Algarra y yo nos íbamos de lagartijas o a echar una «drea» con los de San Antón), donde empieza la ciudad llana, la parte, baja, Carretería en general, para acabar en la Ventilla, aunque en el largo recorrido se unan distintas calles.
A esta parte, a Carretería, le llaman algunos la Cuenca manchega, y la verdad es que no se parece en nada a La Mancha, aunque los conquenses también seamos manchegos (tenemos otras dos partes de serranos y al-carreños), incluso de los de Don Quijote. Carretería tiene su encanto al atardecer, cuando la ciudad ha concluido laboralmente; es el gran salón de reuniones al aire libre, donde los de Cuenca hacemos las relaciones públicas. Antes era distinto, muy distinto; cuando nos mordía el gusanillo del enamoramiento, los de mi barrio nos untábamos de brillantina y bajábamos a castigar a Carretería. Estaba entonces de moda «La Marimba», el cine Palmeras, las Verbenas en la Estación y Machín con sus «gardenias». Red Skelton, Esther Williams y Merle Oberón; funcionaba el cine Alegría de verano y el hotel Iberia se llenaba de veraneantes de pro. Había menos coches, es verdad y se podía pasear sin problemas; por entonces, Jesús Moya traía invitados a Walter Starquie (autoridad en gitanos) y a nuestro paisano Astrana Marín. Pedro de Lorenzo empezaba a escribir de Cuenca, quizá pensaba en su libro de los Ríos de España (¡qué mal nos hemos portado los conquenses con él, a pesar de su biografía de Fray Luis! ¿No merecía llevar alguna calle su nombre?). Lo mismo ocurre con González Ruano, el que empezó a pronunciar Cuenca literariamente... (pero otro día nos ocuparemos de esto).
¡Carretería! Carretería da la sensación de ser uno de los lugares más felices de la tierra. La gente sonríe y saluda con su ¡eh! característico, mientras va, sin ton ni son, de un lado a otro. La vida de Carretería empieza, un poco vagamente, en el bar Parra (ahora ha cambiado de nombre); Parra se codea con los pintores y escritores, e incluso dejó constancia de ellos con algunos murales en su establecimiento de Oscar Pinar, Tony, Zapata y algún otro. Unos pasos más allá, charlaba yo casi a diario con Juanito Recuenco y «El Nene»; después, con Raga, uno de los hombres más fuertes de la provincia que ahora vende labores de la Tabacalera; me acercaba a la imprenta Conquense o charlaba con Sixto, mi peluquero.
A veces me cruzaba con Pedro Mercedes o con Pedro el Herrero y hablábamos de arte. Saludaba a Narciso Díaz, mi primer editor, al que le estaré eternamente agradecido por arriesgarse a publicar «El fermento cabal». En una continua conversación, paso a paso, con Tarín (las veces que leímos juntos poemas en su jardín), con Jacinto Saiz, con Oti (formamos juntos la banda del «chocolate», en contra de los de la «tajá»). Por entonces escribíamos al dictado el Quijote y Platero con don Primitivo Rubio en su casa de la calle del Agua.
Son tantos recuerdos, tantas personas, que siempre me dejo a alguien dentro del corazón. Lo mismo me ocurrió cuando hice la pasada por la Puerta de San Juan; ni hablé del tío Andrés, ni del tío Hipólito, ni de don Rafael Macho, ni de doña Carmen Viñals que me enseñó a escribir cuentos, ni de los Miranzo, ni de Manolo «Estudios», ni de algunos más, gente entrañable toda a los que siempre he estado vinculado.
Calle del agua
Pero prosigamos con Carretería; Carretería tiene sus bifurcaciones, y una de ellas es la de la calle del agua (Fray Luis de León) y la plaza de los Carros, donde yo consumí parte de mi juventud. Allí, junto al Huécar, con Antonio Hernáiz, que quería ser boxeador; con el tío Joaquín «el Zarceño», con el que me pasaba las horas hablando, y luego en el puesto de melones, charlando horas y horas, noches y noches con Miguel de la Hoz, Valero, Juan Alvaro del Sur, Roberto, Paquito Dolz, Evelio Lozano, Alberto Romero, Marino, Luis Roibal, José Antonio Lafuente, que entonces se dedicaba a la escultura; con Victor de la Vega, Gabino, Luis Tarín y tantos y tantos, mientras de vez en cuando destripábamos una sandía.
Carretería, a pesar de las modificaciones, sigue siendo la misma. Uno toma café en Ruiz al atardecer y ve desfilar por allí la ciudad entera, a los jóvenes, a la familia que está de moda, a los asiduos de Carretería que no van a ninguna parte y pasean lentamente, mientras miran absolutamente todo. El Colón está cambiado, y La Martina, también; Monjas se conserva, y Bonilla (café helado y bocadillos), también. Chamón, con el que siempre he hablado de libros, se renueva cada década sin perder sus características. El Jardinillo de los héroes de África sigue igual, ¡cuántas horas he pasado yo en su esquina esperando a Angelines! En fin, Carretería la llevamos los conquenses en lo más hondo de la sangre, nos quejamos de ella, pero la amamos a ultranza.
Ahora, con viejas añoranzas y recuerdos tristes, vive un tiempo distinto. Quizá los países son los mismos en Ruiz, el alajú el de antaño en Egido, el café igual en La Martina; las mismas butacas del España. Postales con el sabor de entonces en Evangelio, cuentos remozados en Estudios; pero falta el reloj de Notario y el de Jimeno, y el feo pero auténtico solar de la pensión Central. A pesar del tráfico, todavía hay algún conquense que asiste a las bodas de los grajos por encima del panal alocado de los ruidos de los coches en el cruce entre Colón y Sánchez Vera...
Parque San Julián
Por encima de todo ese jaleo, junto al parque de San Julián, entre el resquicio que deja la Constancia, se ve la parte alta coronada por Mangana y los cerros que protegen ambas hoces. La gente sigue yendo y viniendo a ningún sitio. Los cines anuncian las películas como en los mejores tiempos y las chicas y los chicos se dicen adiós o ¡eh! con ojos prometedores. Escrutando, se puede ver a algún conquense fiel a ese tiempo pasado de Carretería, a la hora del paseo, cuando precisamente empieza a ponerse el sol en el San Cristóbal y rueda como una moneda vieja, camino del sumidero de los pinos, deteniéndose unos segundos en la cúspide de la iglesia de San Antón. Don Andrés Tarín, don Amancio Ruiz de Lara y su señora, Florencio Cañas..., pocos son ya los que conservan la feliz costumbre del paseo reposado por la vieja Carretería.
La aterdecida se cierne lenta; aparece el neón en los escaparates, el murmullo se agiganta. Es el amor que los conquenses comparten con su ciudad. Grau acaba su dibujo y nos abrimos paso entre la gente feliz, desentendida, que va y viene por Carretería, seguros de que «su» Carretería es, sin duda alguna, en estos momentos y siempre, el centro del mundo."


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